Chacho tú. Abandonadico
he tenido esto. Tal vez por falta
de inspiración o por vergüenza.
¿Os pasa que empezáis con algo y os sale de tan adentro que
incluso os da miedo? Claro está, refiriéndome a las distintas formas de
expresar lo que uno lleva dentro. Y creo
que esas cosas es mejor no sacarlas, mejor para mí.
Uno no para de escribir o de dibujar, como es mi caso.
Siempre tiene sus cosas bien guardadas en alguna carpeta, que por lo general
suele ser muy muy vieja, o en fundas de plástico en lo más bajo de una pila
enorme de libros y revistas. Tal vez con la idea de olvidar que están ahí, pero
el día menos esperado, uno de esos que te dice tu madre que tienes que hacer
una “limpieza general”, que para ellas es estar un día entero dale que te pego
a plumero y escoba, removiendo todo, cambiándolo todo de lugar, sacando ropa de
verano y guardando la de invierno, o viceversa, los encuentras. Como si estuvieran deseando ver la luz. Una cosa que no entenderé es a la hora de limpiar los cristales. En mi
caso tengo doble ventana, y no sabéis el gusto que da tirarte dos horas
limpiando para que a la tarde empiece a llover. Creo que es alguna ley física o
algo por el estilo.
Malditas limpiezas generales.
A lo que voy, yo mismo me he sorprendido de la cantidad de
recuerdos que he podido encontrar en unos 12 metros cuadrados. He podido estar
riéndome horas viendo fotos de hace bastante años, volviendo a leer aquellas agendas que en el
instituto teníamos llenas de firmas de los amigos y espléndidas y majestuosas
dedicatorias.
Otra parte han sido los juguetes. Yo me encapriché con un
peluche. Siempre ha estado conmigo y el pobre ha sufrido interminables
accidentes, pero no he dejado que cayera en el olvido. Recuerdo que todas las
noches a la hora de dormir, nos metíamos los dos debajo de la sábana y me
inventaba innumerables historias. Eran historias que me hacían dormir como un
tronco. Y a la mañana siguiente, ahí estaba el, mirándome. Como si me estuviera
agradeciendo mantenerlo con vida. No se
si podréis apreciarlo, pero se ha ido descosiendo poco a poco y ha perdido un
poco de encanto. Pero es mirarlo y se me ríen los huesos. Aquí os lo presento:
Otro juguete al que sin duda le dediqué muchas horas de
diversión fue una maceta y un cincel, o un martillo y un corta vientos, o
martillo y hierro, llamarlo como queráis.
En mi pueblo vivíamos en lo más
alto, y por aquel entonces éramos los únicos que vivíamos por allí. Rodeados de
monte. Y yo me bajaba a la calle a dar martillazos a una piedra, a mi piedra. Y era el puto jefe. Algún golpe que otro en
la mano me llavaba, pero esa olor que desprende la piedra cuando es recién
golpeada era algo que valía la pena.
No he sido nunca un chico de videoconsolas, por aquellos
tiempos a lo que más aspiraba era a que mi madre me dejara solo toda la tarde
con los amigos en el pueblo. Recuerdo que un simple pilla-pilla, unas hogueras
con botes de matamoscas, (teníais que ver los petardazos que pega eso y el
correspondiente: “boooooh que trueno” de los allí presentes). Uno crece y
descubre otros métodos de diversión. Las bicicletas.
Quiero desde aquí dar las gracias a mi tío Javi, él fue
quien en una tarde de verano, en la plaza de mi pueblo, decidió quitarle las
ruedecillas a la bicicleta. El resultado fue un trompazo contra un rosal como
dos veces de grande que yo, y recuerdo que tenía unas espinas como cuchillos,
incluso creo que llegó a hablarme: “-ven, que te estoy esperando-”. Bueno, bueno… Cogí un mosqueo tremendo. Toda
la plaza viendo mi espectacular acción y yo llorando a carcajada limpia. Pero
ahora lo hablamos y recordamos y lloramos de la risa. Y ya que estoy, quiero
contaros otra curiosidad. Era la época de los piojos en el colegio, y mi madre
cansada de probar todo tipo de champús, decidió bajarnos (a mi hermano y a mí)
a casa de mi Tío, el mismo. Taburete en
la terraza lo suficientemente cerca de un enchufe, mi Tío cogió la maquinilla,
y rapado al canto. Yo creo que allí
lloré lo que no está escrito, creía que así me iba a crecer el pelo, pero no
conseguí nada, bueno, salvo un calipo. Un helado de estos que es totalmente hielo
con algún tipo de sabor. Recuerdo que mis padres no me dejaban comérmelo nunca.
Así que el rapado mereció la pena.
Gracias Tío!
Os cuento todo esto, porque de verdad que las fotos de este
pequeño viaje de mi vida me hacen recordar lo que cualquier niño hubiera
querido tener en su infancia, y yo lo tuve.
Mi padre se compró una moto.
Me daba vueltas por todo el pueblo a una velocidad que yo creía que era
insuperable. Parecía que en cualquier momento íbamos a salir volando pero a la
vez un miedo intenso. Recuerdo que con mis manos no abarcaba lo suficiente para
engancharme a mi padre. Y en una cuesta creía que me partía la crisma. Desde
entonces, yo miraba a la moto y ella me miraba a mí, sin más contacto que,
subirme cuando estaba aparcada y hacer como si fuera un piloto profesional.
En esta época fue cuando vino a casa una gran persona, un
gran amigo del que no he vuelto a saber nada, pero que no caerá en el olvido.
Era un niño saharaui, Mohamed, como no. Es una historia que os quiero mencionar
en estas breves líneas, pero que más adelante, compartiré con todos vosotros.
Siento pegaros esta charla, pero ha sido todo sin pensar y
los dedos no se estaban quietos. Jajajaja que bien me lo estoy pasando
recordando todo esto.
Volviendo a lo anterior, creo que mi inspiración este verano
ha estado ausente, y creo que la he encontrado debajo de esas pilas enormes de
documentos o entre los folios de una carpeta o en alguna conversación con
alguien especial. Aunque sólo sea para escribir estas cosas que a mí me sirven
para seguir recordando.
Cuando uno escribe inspirado en algo lo tiene fácil, tiene
claro lo que quiere y cómo lo quiere, bien organizado, lo lee una y dos veces,
cambia puntos por comas o añade paréntesis si la idea no está clara. Pero esto
ha sido diferente.
He estado casi siempre pendiente de gustar a todo el mundo y
eso generalmente lleva al fracaso y a la ralladura. Te desgasta mental y físicamente,
te deja hundido porque casi todo son decepciones. Y no me he dado cuenta.
Mi historia es mi inspiración, yo soy mi inspiración.
Escribo locuras, ideas abstractas metidas por medio, largos
párrafos contando nada, pequeñas líneas que lo dicen todo. Recreaciones que me
llevan a un estado de tranquilidad y palabrería que a veces duele y a veces se
hace de amar. Así soy yo Y es lo que mejor se hacer.
Gracias por atender a este pequeño relato, a mi pequeña
historia.